Segunda
Guerra Mundial (1939-1945). Rodada íntegramente en japonés, la
película ofrece la versión nipona de la batalla de Iwo Jima, el
episodio más cruento de la guerra del Pacífico, en el que murieron
más de 20.000 japoneses y 7.000 estadounidenses. El objetivo de la
batalla para los japoneses era conservar un islote insignificante,
pero de gran valor estratégico, pues desde allí defendían la
integridad de su territorio. El mismo año, Eastwood dirigió también
''Banderas de nuestros padres'', que narra la misma batalla desde el
punto de vista norteamericano. La versión japonesa muestra cómo el
general Tadamichi Kuribayashi (Ken Watanabe) organizó la resistencia
a través de un sistema de túneles.
Eastwood
en Cartas desde Iwo Jima cierra su díptico desmitificador de
la II Guerra Mundial, ese desgraciado acontecimiento que ha servido
durante años a muchos “artistas” estadounidenses para construir
sus retratos propagandísticos y belicistas de la labor
estadounidense en la guerra. Dada la enorme cantidad de cine bélico
estadounidense exageradamente patriotero, como la sobrevalorada
Salvar al soldado Ryan, resulta agradable encontrar un film
con una mirada mucho mas sensata ante el susodicho acontecimiento.
Cartas
desde Iwo Jima se aleja del estúpido maniqueísmo que
caracteriza muchos films bélicos y presenta soldados humanizados, ni
buenos ni malos ni héroes ni villanos, personas con una vida, un
pasado y un presente, que se enfrenta a una muerte segura. El bando
japonés queda representado con todos sus claroscuros: los
comandantes retrógrados, la excesiva jerarquización y autoritarismo
del ejército, pero también los comandantes comprensivos y próximos
al soldado, las amistades de la guerra, la lucha por la familia, etc.
Tal
vez uno de los mayores aciertos de Eastwood fue utilizar una
fotografía oscura y situar la mayor parte de la acción en los
túneles, dándole una atmósfera asfixiante y opresiva. Además,
esto último combinado con la trama estructurada en torno a las
cartas que los soldados escribieron a sus familiares, así como los
flashbacks situados fuera de la guerra, tiñen la película de un
dramatismo especial que no resulta nada artificial.
El
mayor defecto de la obra son sus secuencias de acción que, aunque no
son el epicentro de la obra, no están filmadas con la misma lucidez
de otras películas bélicas de la misma época, como la ya
mencionada Salvar al soldado Ryan o la excelente La delgada
línea roja. El desembarco de
Normandía de la primera o la batalla de la colina de la segunda son
secuencias que se quedan en
la retina, mientras en la
obra de Eastwood ninguna batalla destaca especialmente. Esto
lastra un poco la obra, aunque en ningún momento llegue a resultar
molesto.
En
definitiva, un película notable, emocionante y muy entretenida,
aunque no resulte redonda del todo.
8/10
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