martes, 3 de febrero de 2015

La isla mínima (ídem, 2014) de Alberto Rodríguez

España, a comienzos de los años 80. Dos policías, ideológicamente opuestos, son enviados desde Madrid a un remoto pueblo del sur, situado en las marismas del Guadalquivir, para investigar la desaparición de dos chicas adolescentes. En una comunidad anclada en el pasado, tendrán que enfrentarse a un feroz asesino.


El año pasado Alberto Rodríguez nos dejó una verdadera joya del cine patrio. El director andaluz no se queda sólo con esos perturbadores crímenes, envueltos en una perturbación sexual, sino que va más allá filmando un fiel retrato de la convulsa España de la transición, con esas dos Españas en continuo contacto mediante los dos policías protagonistas. Éste obvio interés por la España del momento le da una doble lectura a la película, una, la más convencional, como un “simple” thriller situado en la transición, o dos, como un relato sobre aquello que se tuvo que sacrificar en la transición: la justicia sobre los crímenes del franquismo.


Sea cual sea la verdadera lectura, si algo así se pude afirmar, lo cierto es que se trata de una gran obra. Rodríguez mantiene el interés y hace avanzar la trama con fluidez y un pulso narrativo envidiable. Consigue una atmósfera opresiva y asfixiante mediante una fotografía sofocante, dándole un papel protagónico a las marismas del Guadalquivir y utilizando más sus sonidos que la música. Un trabajo maravilloso que casa a la perfección con el turbio relato que nos cuenta.

Ambos protagonistas hacen un trabajo espectacular interpretando a dos personajes llenos de claroscuros, compañeros y rivales a la vez, que contribuyen a transmitir esa tensión que reinaba en la España de la transición. En el turbio pasado del policía interpretado por Javier Gutiérrez, cercano al régimen franquista, es donde se encuentra la raíz de la lectura política del film. Sus métodos retratan muy bien su pasado, pero mientras el metraje avanza y la trama se tensa, los métodos de su joven compañero cada vez se parecen más a los suyos, desdibujando la delgada línea de la ética policial.


Rodríguez remata la película con un potente clímax y un final amargo que encajan muy bien con la trama y el trasfondo político del film. Una verdadera joya, entre notable y muy buena.

8/10



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