lunes, 2 de febrero de 2015

Tres hombres malos (Three Bad Men, 1926) de John Ford

Tres forajidos ayudarán a una joven cuyo padre acaba de ser asesinada. Una banda de malhechores y un sheriff corrupto completan el bando de los auténticos y verdaderos hombres malos.


John Ford, el gran maestro del western clásico, empezó sus andanzas en el viejo cine mudo, época de la cual pocas películas se conservan y las que se conservan permanecen desconocidas para el gran público. Sus dos obras más conocidas de la etapa muda son El caballo de hierro y la que nos ocupa, Tres hombres malos, ambas en el podio de los mejores westerns mudos.

En sus primeros trabajos ya podemos reconocer el discreto lirismo que caracteriza las películas de Ford, dejándonos varios fotogramas para el recuerdo. Especialmente bellas resultan las escenas que captan las espectaculares colas de caravanas, símbolo de pioneros y héroes colonos. Sorprende, además, la certeza de que Tres hombres malos constituye una temprana deconstrucción del western.


La propia trama se asienta sobre la inversión de los valores bueno/malo, siendo esta vez los bandidos los buenos y el sheriff el malo. Es verdad que se trata de una película tremendamente maniquea, pero matiza la realidad ya vista invirtiendo los roles de los personajes. Además, aunque la protagonista femenina tiene el rol de mujer objeto, ésta tiene un carácter mucho mas fuerte que las otras mujeres del cine western y se le da un papel mucho más importante en la trama que a su flamante esposo.

Ford, alejándose aún más del western clásico, filma escenas de una violencia y crudeza pocas veces vista en el cine puritano norteamericano. La más destacada: el incendio provocado de un iglesia con decenas de mujeres y niños en su interior. Ford consigue adaptar al celuloide el lado oscuro del Oeste americano, con su violencia, avaricia y ambición desmedidas, pero también construye con gran eficacia un relato sobre esos héroes anónimos que con el tiempo se han convertido en mitos populares. Su tramo final, con una fluidez y un dramatismo extraordinarios, constituye una verdadera oda a esos mitos contemporáneos.


Se nota muchísimo que Ford era un autor de cine sonoro, dados los excesivos rótulos que pueblan el corto metraje. Aún así, la película fluye con naturalidad y mejora según avanza el metraje. Además, oscila con naturalidad entre el drama y el humor ligero propio del cine mudo. Se hecha en falta una mención a la cuestión de los indios norteamericanos, cuyas tierras son colonizadas con el beneplácito del gobierno en el tramo final de la obra. De todas formas, Ford lo compensa con una apología de la humildad, destacando la riqueza de la tierra más que la del oro, alejándose del viejo y corrupto discurso de la riqueza como bien más preciado y que la colonización y la fiebre del oro representaban tan bien.


8/10


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