Tres
forajidos ayudarán a una joven cuyo padre acaba de ser asesinada.
Una banda de malhechores y un sheriff corrupto completan el bando de
los auténticos y verdaderos hombres malos.
John
Ford, el gran maestro del western clásico, empezó sus andanzas en
el viejo cine mudo, época de la cual pocas películas se conservan y
las que se conservan permanecen desconocidas para el gran público.
Sus dos obras más conocidas de la etapa muda son El caballo de
hierro y la que nos ocupa, Tres hombres malos, ambas en el
podio de los mejores westerns mudos.
En
sus primeros trabajos ya podemos reconocer el discreto lirismo que
caracteriza las películas de Ford, dejándonos varios fotogramas
para el recuerdo. Especialmente bellas resultan las escenas que
captan las espectaculares colas de caravanas, símbolo de pioneros y
héroes colonos. Sorprende, además, la certeza de que Tres
hombres malos constituye una temprana deconstrucción del
western.
La
propia trama se asienta sobre la inversión de los valores
bueno/malo, siendo esta vez los bandidos los buenos y el sheriff el
malo. Es verdad que se trata de una película tremendamente maniquea,
pero matiza la realidad ya vista invirtiendo los roles de los
personajes. Además, aunque la protagonista femenina tiene el rol de
mujer objeto, ésta tiene un carácter mucho mas fuerte que las otras
mujeres del cine western y se le da un papel mucho más importante en
la trama que a su flamante esposo.
Ford,
alejándose aún más del western clásico, filma escenas de una
violencia y crudeza pocas veces vista en el cine puritano
norteamericano. La más destacada: el incendio provocado de un
iglesia con decenas de mujeres y niños en su interior. Ford consigue
adaptar al celuloide el lado oscuro del Oeste americano, con su
violencia, avaricia y ambición desmedidas, pero también construye
con gran eficacia un relato sobre esos héroes anónimos que con el
tiempo se han convertido en mitos populares. Su tramo final, con una
fluidez y un dramatismo extraordinarios, constituye una verdadera oda
a esos mitos contemporáneos.
Se
nota muchísimo que Ford era un autor de cine sonoro, dados los
excesivos rótulos que pueblan el corto metraje. Aún así, la
película fluye con naturalidad y mejora según avanza el metraje.
Además, oscila con naturalidad entre el drama y el humor ligero
propio del cine mudo. Se hecha en falta una mención a la cuestión
de los indios norteamericanos, cuyas tierras son colonizadas con el
beneplácito del gobierno en el tramo final de la obra. De todas
formas, Ford lo compensa con una apología de la humildad, destacando
la riqueza de la tierra más que la del oro, alejándose del viejo y
corrupto discurso de la riqueza como bien más preciado y que la
colonización y la fiebre del oro representaban tan bien.
8/10
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