Personajes
muy variopintos emprenden un largo, duro y peligroso viaje en
diligencia a través de territorio apache. Entre ellos, un fuera de
la ley en busca de venganza, una prostituta a la que han echado del
pueblo, un jugador, un médico, la mujer embarazada de un militar, un
sheriff. Las relaciones entre ellos serán difíciles y tensas.
Se
dice que Stagecoach fue la película que rejuveneció el
western en un momento en que había pasado de moda y que Orson Welles
la vio muchísimas veces antes de filmar Citizen Kane. Con
ella John Wayne se convirtió en una estrella. Se trata, de hecho,
del primer gran clásico del western sonoro.
El
elenco de personajes resulta ahora bastante tópico: la prostituta de
buen corazón, el borracho entrañable, el delincuente honrado, el
banquero malvado, el caballero pícaro, la dama, el sheriff justo y
el bufón del grupo. Pero Ford define todos los objetivos de los
personajes y los redime al final, cada uno con su final “perfecto”.
En
el grupo de viajantes se forman dos subgrupos confrontados: los
marginados, conformados por la prostituta, el doctor borracho y el
delincuente; y los de clase alta, formados por el banquero, la dama y
su caballero protector. La tensión intergrupal provocada por los
prejuicios se ve agravada por el miedo a un inminente ataque de los
apaches, que casi nunca vemos pero sabemos que están ahí. De esta
forma John Ford construye una atmósfera tensa que recuerda más al
western crepuscular que al más clásico.
La
trama se va desarrollando en cada una de las sucesivas paradas, y se
utilizan los viajes para perfilar a los personajes y sus relaciones.
El grupo de marginados se redime demostrando su valía: el doctor
ayuda a la dama a dar a luz y demuestra su capacidad como
profesional, la prostituta ayuda sin descanso a cuidar de la recién
nacida demostrando su bondad y el delincuente se enfrenta al peligro
con más valor que nadie. Mientras, el otro subgrupo va abandonando
sus prejuicios y demuestran su humanidad.
En
la escena del ataque apache, muy bien rodada y especialmente
trepidante, el caballero protector de la dama demuestra su valor
defendiendo la diligencia hasta la muerte y demostrando su compasión
en una escena en que está a punto de asesinar a la mujer para que no
sea capturada. En ese momento Ford hace un interesante truco técnico
solapando la música no diegética con la diegética para unir la
banda sonora con las trompetas de los soldados que vienen en su ayuda
y así sorprendernos al último momento. Mientras el caballero apunta
a la mujer, se oyen las trompetas, creemos que es la música, hasta
que el hombre tira el arma y la mujer grita: “¿Habéis oído
eso?”.
El
único personaje que no evoluciona es el banquero, personaje que peca
de maniqueo y resulta excesivamente malvado. Al final es arrestado y
puesto en prisión como justo castigo. No sólo ésta, todas las
tramas acaban lo mejor posible: la dama se reencuentra con su marido,
el joven fugitivo consigue su venganza y se casa con la prostituta y
se van a vivir a su rancho al otro lado de la frontera. A esto
contribuye el sheriff, que hace la vista gorda a favor de lo que cree
justo más allá de las leyes del país.
En
efecto, Stagecoach tiene uno de esos “happy end” a la
americana. Peca de optimista y bienintencionada, pero en vez de
resultar molesto se nos hace entrañable e inocente y nos da la
sensación de que todo a quedado atado y bien atado.
En
el apartado técnico destaca la fotografía, que utiliza por primera
vez planos con mucha profundidad de plano, algo muy poco frecuente
en ese entonce y que Welles aprovecharía y erigiría como una de sus
señas de identidad.
En
definitiva, un clásico muy entretenido, redondo y entrañable.
8/10
No hay comentarios:
Publicar un comentario