jueves, 16 de abril de 2015

Metrópolis (Metropolis, 1927) de Fritz Lang

Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre que controla la ciudad, descubre los duros aspectos laborales de los obreros tras enamorarse de María (Brigitte Helm), una muchacha de origen humilde, venerada por las clases bajas y que predica los buenos sentimientos y al amor. El hijo entonces advierte a su padre que los trabajadores podrían rebelarse.


Metrópolis es probablemente la película más famosa de Lang, del expresionismo alemán y tal vez del cine mudo. El robot Maria ya es un icono de la cultura popular. Pero la enorme fama que la precede queda ensombrecida por su más que evidente mensaje fascista que, no obstante, no dificulta el visionado de una película que técnicamente resulta impecable.

La película nos presenta un conflicto de clases en un mundo extremadamente polazarido, jerarquizado y desigual; una distopia que recuerda al tan conocido libro de Orwell, 1984, aunque fuera escrito más adelante. Des del principio la película si distancia de las clases populares y incluso las desprecia. Aparecen totalmente automatizadas, sin personalidad, ningún personaje de dicha clase tiene peso (excepto María, que, sin embargo, parece desconectada de su clase social y su infinita bondad y pureza le dan un aire artificial y engañoso), las multitudes son salvajes y descerebradas, se dejan influenciar por cualquiera (María o su copia infinitamente malvada), son autodestructivos, etc. Parece que quiera transmitir una imagen de inferioridad de las clases populares, las cuales necesitarían, por tanto, una clase dirigente, el “cerebro”, ya que los obreros no pueden serlo.


La revolución popular de Metrópolis está basada en las revoluciones que instigaba el comunismo, pero aquí son tergiversadas. Según la película, la revolución no es válida por que en su transcurso los obreros destruyen la fabricas y, por tanto, su propio sustento. Esto no tiene ni cabeza ni pies, ningún revolucionario abogaba por la destrucción de la tecnología y éste es un fenómeno que solo aconteció en los primero años de la Revolución Industrial. Con ésto pretende criminalizar el movimiento comunista y ponerlo en contra del progreso tecnológico, una completa falacia, como ya hizo el fascismo.


Durante la trama se repite varias veces el lema “El mediador entre el cerebro y la mano debe ser el corazón”, siendo ésta la conclusión y el mensaje del film. En la misma frase se sugiere una supuesta inferioridad de la clase obrera, la qual no puede autogestionarse. La solución basada en dicha frase y que se aplica al final de la película no soluciona nada: los burgueses siguen explotando al obrero y el mediador es un burgués hijo del mismísimo dirigente de la ciudad. Con ésta solución el bienestar de la clase obrera depende de la supuesta buena voluntad del dirigente y de las capacidades del mediador, dependen de la caridad del gobernante. Se trata de una idea ingenuosísima que lleva a la población a la resignación y favorece la jerarquización y la desigualdad. De hecho, esta solución recuerda bastante al sindicato vertical y al nepotismo que conlleva el totalitarismo.


La película tiene un tono sentimental, irracional y monumental propio del discurso fascista, pero eso también la hace bastante estimulante y entretenida. En el apartado técnico es irreprochable, tiene una fotografía magnífica, escenarios monumentales muy bien hechos y un vestuario idóneo, destacando sobretodo la icònica caracterización del robot María. En éste sentido Lang supera su anterior trabajo parecido, Los Nibelungos. Por otra parte, el actor principal creo que no está a la altura y el personaje de María sobreactua de una forma que a veces se hace ridículo aún comparándola con otras actuaciones expresionistas.


Aún con el turbio trasfondo de la película, se trata de una de las cimas del cine mudo. Por otra parte, el guión es de Thea von Harbou, de forma que no podemos responsabilizar a Lang de dicho mensaje y se merece una buena alabanza por su trabajo en el film. Es una lástima que Lang malgastara su talento y la UFA tanto dinero con una película de tan oscuro trasfondo.


7/10


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