sábado, 11 de abril de 2015

El último (Der Letzte Mann, 1924) de F. W. Murnau

El portero de un lujoso hotel, un anciano orgulloso de su trabajo y respetado por todos, es bruscamente degradado a mozo de los lavabos. Privado de su antiguo trabajo y del uniforme que le identifica, intenta ocultar su nueva condición, pero su vida se va desintegrando lentamente.


Murnau, bajo la influencia del Kammerspielfilm, filmó El último, película que de acuerdo con este nuevo “movimiento” es capaz de narrar toda la trama sin utilizar intertítulos, algo que volvería a repetir con Sunrise. Con ésta película Murnau se distancia del expresionismo abandonando hasta cierto punto algunos de sus preceptos. El escenario no se deforma, sino que imita la realidad, se minimiza el uso del claroscuro y no aparecen personajes siniestros ni tampoco ningún “doppelgänger” o “doble”. Por otro lado, Jannings actúa de forma errática y exagerada al estilo expresionista, escaleras, pasillos y espejos aparecen constantemente y muchos de los tópicos del expresionismo aparecen en los sueños (se deforma la puerta giratoria, se transforma a los trabajadores del hotel en seres excéntricos, se deforma la imagen y se utiliza el claroscuro).


Destaca el uso de la cámara desencadenada (así es como los alemanes llamaban la cámara móvil), recurso muy reciente que Murnau aplica a la perfección, construyendo escenas verdaderamente memorables. Por todos es conocido el talento plástico de Murnau, que supera incluso al de Lang. De recuerdo es toda la escena del sueño y, sobretodo, la de la puerta giratoria alargada sobre un fondo absolutamente oscuro en el que asoma la figura del orgulloso portero, o la de el hotel Atlantic desmoronándose sobre el mismo portero. Murnau además utiliza el encuadre para subrayar el ánimo de Jannigs, filmando desde arriba mientras se mantiene feliz y orgulloso y en picado cuando todo se le cae encima.


Jannings hace la que posiblemente sea su interpretación más recordada y Murnau construye un relato que avanza con cierta lentitud pero sin fisuras. El uso constante de símbolos (la chaqueta, el botón, el paraguas, las puertas del váter, etc.) enriquece el conjunto y le da mayor fuerza dramática a los acontecimientos, los subraya. Los símbolos, los sueños y delirios y la actuación de Jannigs sirven a la perfección para describir la psique del protagonista en todos sus matices y expresar la magnitud de su tragedia.

El último es una película sobre las apariencias y su frágil falsedad que lleva a una tragedia inevitable. Jannings se siente orgulloso y se mueve y comporta casi como un señor rico y engreído. De hecho, todo el mundo lo trata como si lo fuera, pero sólo como reacción a su propia conducta y al magnetismo de su pomposo traje. Es pobre como una rata, al igual que todos sus vecinos y su orgullo y felicidad solo se sustenta en la falsa suntuosidad de su traje. El hecho de perder su traje significa para él lo mismo que para un rico perder su fortuna, significa perder la honra, su fama, su dignidad y caer en lo más bajo de la jerarquía social. Pero con la diferencia que Jannings ya se encontraba en lo mas bajo de la jerarquía social y esa dignidad solo era un fantasma. También levanta a flote la cuestión de la dignidad y al felicidad basada en la lucha de clases y retrata el despreció de los pobres por su propia clase social mientras estos envidian a los ricos y su orgullo natural. Una pensamiento aberrante y construido socialmente y que, por desgracia, se podría decir que es intemporal.


Todo un clásico y un imprescindible del cine mudo. De lo mejor que filmó Murnau, y eso ya es mucho.


9/10


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