Durante
los últimos años de la década de los 40 un grupo de geodestas
soviéticos se dedica a elaborar el primer mapa topográfico de las
áreas más inhóspitas de la Siberia Oriental. Mientras esperan la
llegada de un avión que les recoja para volver de regreso a casa, el
jefe de la expedición, Grigori Fedoseev, recibe la noticia de la
desaparición de uno de los miembros del equipo. Es el segundo
geodesta desaparecido en la montaña de Yambuy. Fedoseev decide
entonces volver a Yambuy acompañado de dos miembros del equipo, para
buscar a los desaparecidos. Ambos llegan a un campamento de evencos,
una etnia indígena de la zona. Allí la anciana Langará le cuenta
que ya desaparecieron varias personas anteriormente en Yambuy sin
dejar rastro, y lo achaca a la existencia de un espíritu maligno,
Jarguí.
El
espíritu maligno de Yambuy es una película entrañable, una de esas
películas que hubiera disfrutado como un enano si la hubiese visto
de pequeño: una aventura por un lugar inhóspito y deshabitado
(Siberia) mezclada con elementos sobrenaturales y de terror (el
espíritu maligno). Una mezcla perfecta para encandilar (y
aterrorizar) a un niño.
Pero,
desgraciadamente, su factura técnica es bastante mediocre: hay
bastantes cortes abruptos, múltiple fallos de raccord, los actores
nativos son bastante mediocres (y los demás actores tampoco brillan
demasiado), la fotografía es bastante irregular (no siempre es capaz
de aprovechar la enorme belleza de un escenario como Siberia), hay
bastantes escenas mediocres y ridículas (como el clímax final),
etc.
El
mayor acierto es, probablemente, utilizar una banda sonora hecha
mediante sonidos de la naturaleza, con la cual se subraya la soledad
de sus protagonistas y contribuye a construir una atmósfera
opresiva.
No
la suspendo aún con sus enormes fallos porque entretiene y porque es
una de esas películas a las que les coges un cierto cariño aunque
sean malas.
5/10
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