Ryoata,
un arquitecto obsesionado por el éxito profesional, vive felizmente
con su esposa y su hijo de seis años; pero su mundo se viene abajo
cuando los responsables del hospital donde nació su hijo le
comunican que, debido a una confusión, el niño fue cambiado por
otro.
Emotiva
película sobre la relación padre-hijo y los nuevos valores que
dominan el pensamiento y el modo de vida del mundo moderno. El
protagonista absoluto es Ryoda, un hombre rico, inteligente y
trabajador incansable que no tiene tiempo para su familia. Ryoda
tiene unos valores firmes y claros, valora sobre todas las cosas la
independencia, el conocimiento, el trabajo, la inteligencia, la
madurez, la seriedad, la competitividad y la riqueza como fin último
y valor máximo. Todos
estos valores le serán cuestionados cuando conozca la familia que
acoge a su hijo biológico.
Ryoda
pretende transmitir todos sus valores a su hijo ya desde su infancia,
lo que lo convierte en un padre estricto además de ausente. Por
ello, nunca consigue un verdadero lazo con su hijo. Se trata de un
hombre deshumanizado, sus valores pasan por encima de los
sentimientos de todos los demás, al igual que su trabajo pasa por
encima de sus seres queridos. Se cree superior por ser rico y
trabajador, y cree que eso le da derecho a criar a los dos niños a
su manera, pues se cree el portador de toda la verdad y necesita
demostrar su superioridad en todo.
Pero
Ryoda recibe una bofetada, pues reconoce que es peor padre que un
hombre que resulta un perdedor incapaz de competir con él. Ryoda
reconoce que no tiene un verdadero lazo con su hijo, y que este
parece estar más feliz y en sintonía con la otra familia.
El
conflicto de valores que sufre el padre nos enseña a valorar mucho
más los lazos familiares y las amistades, por encima de todo los
demás, que son valores prefabricados por una sociedad caníbal que
prima el valor económica por el emocional, social o moral, y que con
ello encumbra valores destructivos para la persona y su entorno.
La
película tiene un ritmo pausado amenizado con una emotiva banda
sonora a piano y está ilustrada en tonos neutros y apagados. Su
fotografía es bastante buena, pero su música es exquisita.
Película
emotiva, dura pero dulce, que fluye con reposo y se deja madurar en
nuestras mentes. Una humilde delicia.
8/10
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