Shigeki
vive en una pequeña residencia de ancianos. Allí se siente a gusto
y feliz con los demás residentes y con el personal que les atiende.
Machiko, una trabajadora social que pertenece a dicho equipo, le
presta especial atención, aunque en su interior le atormenta la
pérdida de un hijo. Para celebrar el cumpleaños de Shigeki, Machiko
decide llevarle a dar un paseo en coche por el campo. Pero el coche
se queda parado en la cuneta. El anciano se interna con decisión en
el bosque, y Machiko no tiene más remedio que acompañarle...
Kawase
no propone un viaje espiritual en busca de la vida perdida: dos
personajes que se sienten desconectado del mundo por el dolor, que
no viven, sino que sobreviven, deciden plantar cara a su pasado y
recuperar la paz interior y la a armonía con el mundo. Como les dice
un monje al principio, la vida no solo es ser, sino sentir. Entonces
empieza el viaje a través del bosque que sirve como metáfora de ese
viaje espiritual.
Shigeki
solo es capaz de lanzarse a ese viaje espiritual en compañía de
alguien que, como él, esté sufriendo por su pasado y con quien haya
establecido un lazo íntimo. Esa persona es Machiko, y ambos van a
necesitarse para llegar hasta el final. Por el camino deben aprender
a saborear la vida y el mundo, y la saborearán, como hacen con la
sandía.
También
tendrán que resistir fuerzas superiores que vienen del exterior que
los frenarán y cortarán el paso (como la inundación). Necesitaran
valentía y cooperación. Cada un tiene que cuidar del otro, y deben
establecer un lazo íntimo que supere las líneas de los tabús y los
convencionalismo sociales (como ocurre durante la noche). La
excelente escena final constituye una metáfora que condensa toda la
película: hace falta cavar en la tumba de nuestros muertos para
escapar y recuperar la armonía con la vida y el mundo.
No
es accidental el uso reiterado de la cámara en mano. Kawase pretende
ponernos al lado de los protagonista, poner énfasis en la
subjetividad de su mirada y hacernos seguir el camino como un
caminante más. La fotografía es a ratos excelente, a ratos algo
mareante. La banda sonora está llena de lirismo gracias al uso
continuado de los sonidos de la naturaleza y su bella música que
recuerda a la de las cajas de música, como la que suena al final.
Toda
una experiencia, llena de sensibilidad y espiritualidad, pero que
puede hacerse algo tediosa. La verdad es que gana muchísimo con el
recuerdo. Una delicia.
9/10
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